La Defensa Personal Policial y sus técnicas imposibles


Después de estos 15 años de experiencia laboral, puedo afirmar y afirmo, como dice el refranero español, que soy aprendiz de mucho y maestro de nada. Por suerte, mantengo casi intacta mi curiosidad por conocer y cuestionarme las cosas. Durante este periodo he vivido, si no de forma directa, sí muy cercana, un abanico de experiencias policiales tales como agresiones, vejaciones y hasta el desgraciado homicidio de un compañero, allá por el año 2004 en la localidad valenciana de Sueca. Todas y cada una de estas experiencias me empujan a realizar de forma periódica cursos de Defensa Personal Policial con diferentes profesores de quienes intento aprender y, vaya por delante, a los cuales agradezco los esfuerzos que realizan por enseñar las técnicas que aprendieron de sus modalidades de lucha.
Maestros que nos hablan de Matrix, pastillas azules, golpes de media pulgada, mataleones, fintas, líneas, efectos túnel… y un sinfín de términos que les hacen admirables ante neófitos. Y todo sea dicho, algunos por vocación y que no exigen compensación económica alguna más que el respeto, reconocimiento y agradecimiento de sus compañeros. Otros, también es cierto, han encontrado el filón del «pase por caja”, muy loable y respetable, pues su tiempo y esfuerzo han invertido.
Llegados a este punto, y dada mi costumbre de cuestionarme las cosas y no ser un mero alumno “esponja” (dícese de aquellos que se limitan a vegetar por las clases para la obtención del diploma), creo que muchos profesores DEBERÍAN hacer examen de conciencia, poniendo en tela de juicio esas técnicas que pretenden que aprendamos en un serio ejercicio de responsabilidad.
Me voy a referir en concreto a esas técnicas encaminadas a neutralizar un golpe de puño del oponente, que en el tatami o gimnasio quedan muy bonitas y efectivas, dotándolas de coreografías propias de las artes marciales orientales, pero que están muy alejadas de lo que deben ser las técnicas policiales: eficaces, sencillas y concretas.
De aquello que conocemos de la investigación de accidentes de tráfico, una persona joven y alerta, tiene un tiempo de reacción de un segundo a segundo y medio, pudiendo llegar hasta los dos y medio o más, en función de la edad, enfermedades, influencia de bebidas alcohólicas o drogas, etc. También sabemos que los enfrentamientos con armas blancas o con puños necesariamente deben darse en un área de metro o metro y medio, en función de la envergadura del agresor, puesto que a más de dos metros de distancia, de mantenerse ésta, el contacto físico es imposible.
Tenemos pues, en principio, el escenario de esa presunta contienda reproducido en el gimnasio; dos oponentes enfrentados, a una distancia no superior al metro y medio, con pulsaciones normales, sabiendo qué va a realizar nuestro oponente “amigo”, sin nivel de tensión alguna o estrés y esperando el temible, devastador y aislado ataque letal propio de la serie de dibujos de “Bola de Dragón”, y que, como no podría ser de otra forma, copiando los movimientos del profesor, con una simple finta o salida de líneas, con un mandoble de defensa, logramos neutralizar.
Esto mismo, trasladado a la vida real, en la calle, bajo presión, con el efecto túnel actuando sobre ambos, con la tensión muscular en estado óptimo y no relajada como en el gimnasio, preparada para ser liberada en su grado máximo de efectividad, aflorando los instintos más primitivos de supervivencia, corríjanme si me equivoco, pero me resulta sumamente imposible, y voy a intentar justificar mi argumento.
Buscando por Internet y fijándonos en la modalidad pugilística del noble arte del Boxeo, observamos que se han llegado a registrar luchadores que lanzan sus golpes a una velocidad superior a los 70 km/h, lo que vienen a ser unos 19 m/s. Atendiendo a la información referida de la investigación de accidentes de tráfico, esto significa que durante ese segundo de tiempo de reacción en el cual debemos ObservarEvaluarDecidir y Actuar, el puño de nuestro adversario ha recorrido la nada despreciable distancia de ¡19 metros!
Si me permiten unas correcciones, en el caso de ambos contendientes descritos, se someten a unas mismas reglas de “juego”, ambos son conocedores de las intenciones de su oponente, ambos están expectantes y esperando el ataque inminente del otro y aún así los golpes entran en lo que tarda uno de ellos en parpadear o bajar la concentración. No es el caso pues de ningún policía en la realidad de la calle. Las circunstancias de ésta nos llevan a un “todo vale” en la relación agente–delincuente. Por tanto, debemos ser reactivos, pues la situación “sine qua non”, nos lleva a no saber cuáles son sus intenciones, qué arma o armas pueda portar, y cuál va a ser su forma de reaccionar.
De ahí que me cuestione esas prácticas que nos pretenden meter en la cabeza, para que, apenas sin pensar, de forma autómata e instintiva, y gracias a ese recurso de supervivencia, nos puedan salir en la calle ante ataques violentos, que nunca van a ser aislados y de un sólo golpe. No nos engañemos más por favor, pues quien en la calle decide atacar a un agente uniformado, lo va a llevar hasta sus últimas consecuencias y no va a confiar su ataque a un sólo puñetazo. Cabe recordar aquí que el americano Keith Liddell tiene el nada despreciable récord Guiness de poder lanzar 581 puñetazos en un minuto de forma seguida y continuada.
Además, la práctica de cualquier disciplina marcial requiere de mucho esfuerzo, sacrificio, tiempo, y a base de repeticiones,“naturalizar movimientos desnaturalizados” para que ahora, algunos profesores pretendan que, sin pensar, realicemos de forma fluida y eficaz esas técnicas que aprendemos en una clase de un par de horas de entrenamiento.
Vuelvo a reiterar y repetir mi respeto a cualquier profesor, pues estas líneas no pretenden ser una crítica destructiva, sino todo lo contrario. Tenemos un trabajo que obliga a investigar, desarrollar, cuestionar y evaluar esas técnicas que nos pueden ser de grandísima utilidad en la calle o, muy por el contrario, dotarnos de una falsa sensación de seguridad, arriesgando nuestra integridad física, moral y policial, al creernos expertos en algo tras una breve sesión de entrenamiento.
Parafraseando a un referente para mí, se nos paga por ser Policías, no honestos o caballeros. Dejémonos pues de técnicas y tácticas nobles, ya que la calle ni es Boxeo, ni K-1, Taekwondo o Kung Fu. Desarrollemos herramientas para poder salvar las situaciones más cotidianas con las máximas garantías.